"MEDITACIONES DE UN DEVOTO" SRI RAMAKRISHNA.
Existen en el ser humano dos
tendencias; una hacia lo placentero y otra hacia la perfección. Casi
todos eligen lo que atrae a los sentidos; muy pocos eligen la
perfección. La causa de ello es que los placeres sensorios son más
inmediatos y fáciles de conseguir; en cambio, la perfección está a gran
altura y se tarda mucho para alcanzarla.
En el caso de la mayoría de la gente,
ni siquiera puede hablarse de elección, ya que ellos siguen ciegamente
los impulsos instintivos y son incapaces de prever las consecuencias de
sus actos y pensamientos, La verdadera elección sólo es posible para
unos pocos que tienen claro discernimiento y voluntad poderosa. La
voluntad se vuelve más fuerte a medida que ejecuta lo que le dicta el
discernimiento, y el discernimiento a su vez se clarifica viendo el
resultado de lo que la voluntad ejecuta.
Si escudriñamos hondamente la
naturaleza de nuestro deseo, veremos que tiene límite. Quisiéramos
juntar toda la belleza que el Creador ha derramado en la naturaleza y el
universo; juntar la bondad de todos los seres buenos y la sabiduría de
todos los sabios; quisiéramos que la belleza, la sabiduría y la bondad
fueran perfectas y estuvieran siempre presente; quisiéramos nosotros tornarnos perfectamente Buenos, Sabios y radiantes de Belleza inmarcesible.
Este deseo ilimitado demuestra que nuestra naturaleza verdadera es infinita y perfecta.
Mas nos equivocamos cuando queremos
realizar la perfección en el plano sensible. Por los sentidos sólo
podemos percibir la sombra de la Realidad. Todo lo que percibimos es
fragmentario y fugaz; exaspera nuestro deseo sin nunca satisfacerlo.
Tenemos, sin embargo, otra clase de
percepción que es intuitiva, suprasensoria, por la cual podemos penetrar
el control de los sentidos, la concentración mental y el intenso amor
hacia nuestro ideal espiritual.
La gente común cree que todo idealismo
es utópico. Pero, qué sucedería si a los seres humanos se les quitara
por completo el idealismo? Desaparecería todo sentido estético, moral y
espiritual. El hombre quedaría reducido a un mero animal. La verdad es
que nadie puede vivir sin alguna idea de progreso o mejoramiento, y esto
implica el deseo de alcanzar algo que aún no hemos realizado. Todos
somos más o menos soñadores o idealistas. Aun en las cosas comunes de la
vida diaria como son el comer y el vestir, queremos que intervenga el
toque de algo estético e inmaterial. La forma está compuesta de carne,
huesos, sangre y otras materias impuras, pero en una persona que nos es
querida, no notamos todo eso: siempre vemos en ellas algo invisible a
los ojos físicos. Y ese algo se ennoblece, se embellece, se expande y
hasta se hace infinito, de acuerdo con la tendencia estética, moral o
mística de nuestro temperamento.
El místico, en realidad, no idealiza las personas o los objetos, sino que ve en ellos la manifestación de su ideal Divino.
Es un hecho que ningún ser humano
puede quedar satisfecho con lo que es puramente material; de ahí surge
la necesidad del idealismo y la fe. Por la fe y el idealismo tratamos de
trascender los límites del mundo sensible. Es esta una necesidad innata
del alma humana y es prueba de su inmaterialidad e infinitud. MAS, PARA QUE EL IDEALISMO Y LA FE NO QUEDEN EN EL PLANO DE LA IMAGINACIÓN, DEBEN SER PRACTICADOS;
Deben guiar todos nuestros actos y
pensamientos y transformar por completo nuestra vida. En otros términos;
el ideal no debe quedar siempre como ideal, vale decir, alejado de
nosotros. Debe tornarse real, acercarse a nosotros, acompañarnos
siempre. Debe llenar nuestra mente y nuestro corazón, convertirse en el
Bienamado de nuestra alma, por cuya presencia todo lo que amamos se
vuelve más querido.
Cada persona tiene del bien un
concepto distinto. El que cree que el ser humano es un ente meramente
corpóreo, busca para sí y para los suyos comodidad y seguridad en el
plano físico. El que da más importancia a la mente, procura cultivarla
con la literatura, la filosofía, el arte, el estudio de la ciencia. En
cambio, el que siente que es un alma inmortal, busca el Conocimiento
Supremo, o la comunión con Dios.
Hay una etapa evolutiva en que el
hombre siente la nostalgia de lo infinito. Entonces las ligaduras que lo
atan comienzan a aflojarse; las limitaciones físicas y mentales
retroceden hasta desvanecerse del todo. Lo que antes era considerado
concreto, se vuelve abstracto e inexistente; en cambio, lo que parecía
abstracto se revela como la Realidad única -la Existencia infinita, en
la cual vivimos, nos movemos y somos.
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