Un
día un discípulo le preguntó al Maestro: ¿Dónde está el Reino del que
tanto nos hablas? Éste le miró fijamente y tras una sonrisa se alejó por
el camino, al llegar a un olivo se sentó. El tiempo transcurría hasta
hacerse interminable para quien le hizo la pregunta.
Pasó una
noche, un día completo y la siguiente noche. El Maestro permanecía
inmutable. El inquieto discípulo estaba no sólo sorprendido, sino que no
comprendía qué estaba pasando, él sólo tenía el deseo de encontrar la
respuesta a la pregunta que tanto le inquietaba.
Una nueva noche
llegó y al alba de un nuevo día el Maestro se levantó. El discípulo aún
dormido no se dio cuenta, permanecía seguramente dándole vueltas en
sueños a sus inquietudes. El Maestro se acercó, le tocó la cabeza con su
mano y se alejó.
Cuando despertó el discípulo, al ver que su
Maestro no estaba junto al olivo, se puso a llorar. Anduvo por los
alrededores buscándole con desesperación, hasta que apesadumbrado cayó
al suelo. Se reprochó el haberse quedado dormido, pues no sabía cuándo
podría volver a ver al Maestro, pues recordaba sus palabras en las que
comunicó a todos que iría a la “Casa del Padre” y que ellos por ahora no
podrían acompañarle.
El discípulo sin saber qué dirección tomar, se
alejó de aquel lugar. Unas horas después, ya caída la noche, se sentó a
un lado del camino. Encendió un pequeño fuego para proporcionarse un
poco de calor en tan fría noche, más que cualquier otra que haya vivido.
De pronto, una voz que parecía provenir de todas partes comenzó a
percibir, al principio casi inaudible, y después tan nítida que se
levantó mirando a su alrededor, pero a nadie vio.
La Voz le dijo:
«El Reino que anhelas está tanto en ti, como en cada ser, siempre lo
estuvo y lo estará, pero tu deseo perturbador te ha convertido en ciego y
sordo. Has pasado junto a personas que te necesitaban, te pedían
socorro y tú no tenías tiempo de ayudarles, pues debías ir junto al
Maestro para hacerle una pregunta muy fundamental para ti. Fue para ti
más importante que el mensaje que os he transmitido, ninguna promesa ni
objetivo está por encima de las necesidades de tus hermanas y hermanos.
El Reino del que os hablo está en el amor con que desempeñas tus
pequeñas actividades cotidianas, en como tratas y cuidas a cada uno de
los pequeños que he puesto en tu camino. Ninguna circunstancia de tu
vida ha sido ni es fruto de la casualidad, todo está engranado para que
tú, junto a tus hermanas y hermanos, crezcáis espiritualmente a través
de los tiempos.
No hay ninguna prisa en llegar a ninguna parte, pues
todo está a vuestra disposición según lo vais necesitando. Recuerda que
el ser más pequeño en el Reino de Dios es más grande que el más
poderoso de este mundo y que en la Casa de mi Padre no hay primeros ni
últimos.
Da pequeños pasos, siempre poniendo al otro por delante de
ti. Tus verdaderas necesidades están siempre cubiertas, más de ti
depende percibir la felicidad que está viva en la simplicidad. Valora la
oportunidad que tienes de vivir este momento sin preocuparte del
mañana. Es ahora el instante que tienes. Ama sin medida y siempre,
siempre, con corazón y verdad. Que tus actos sean el fiel reflejo de tu
alma, no importa el precio que te cueste ni qué hayas de sacrificar.
La travesía del desierto es necesaria, en ella te encontrarás cara a
cara con todos tus temores y anhelos. Serás tentado sin apenas darte
cuenta de ello, se te ofrecerá un poder sobre la vida y la muerte. Tus
deseos, te dirán que con un simple “si” estarán a tu disposición. Pero
este no es el Reino de mi Padre, es el reino de este mundo material,
efímero e intangible. Pero todo esto has de descubrirlo por ti mismo.
Y por último, recuerda que sólo la Verdad te convertirá en un ser
libre, en un habitante por derecho propio del Reino de nuestro Padre
allá donde se encuentre tu alma, no importa si en este u otro lugar, si
en compañía o en soledad.»
El fuego se fue apagando a la vez que la
Voz. El discípulo después de un largo silencio se dijo que nunca más
desearía nada para sí, que se lo tenía merecido por su inmadurez y
vanagloria.
El viento, al mecer los árboles, susurraba una vieja
canción al compás del latido de un corazón que empezaba a vivir en
armonía con el Universo. El Amor y la Verdad consiguen el “milagro”: Un
nuevo ser surgía del profundo mundo de los sueños a la realidad de la
Vida.
Angel Hache.Fte: Sendero al Infinito (FB)
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