(Producimos más de 50.000 pensamientos al día, de los cuales el 80%
son acerca de nosotros mismos, y la mayoría de ellos son negativos.)
Generalmente no estamos pendientes del control de
nuestros pensamientos. Son autónomos y les dejamos que vayan tomando el
rumbo que más les apetezca.
La realidad es que conviene estar muy pendiente de ello porque la
capacidad de generar pensamientos funciona por sí misma, mientras
nosotros estamos haciendo otra cosa y estamos desatentos.
La parte delicada es que la mente nos presenta ideas como si fueran
nuestras, propias, y así lo creemos, cuando lo cierto es que son
pensamientos incontrolados, absurdos en algunas ocasiones, nacidos ya
condicionados por nuestros traumas, miedos, y circunstancias, o bien
nacidos en la parte más disparatada de nuestra fantasía.
En otras ocasiones, influenciados por nuestro estado de ánimo, son
excesivamente optimistas o tétricamente pesimistas, y ya sabemos que
jamás se debe tomar una decisión en un momento de euforia o desde un
estado pesimista, porque en ambos casos se corre el peligro de
equivocarse.
Si nos descubrimos en un pensamiento que va tomando visos claros de
pesimismo, tenemos que pararlo y desmontarlo para ver qué hay de
realidad en él, si es que hay algo.
Podemos y debemos observarlo como una cosa curiosa –no como una cosa
grave- que nos va a aportar, sin duda, conocimientos de nosotros mismos.
Conviene tratar de averiguar el auténtico origen, su verdadera
naturaleza y razón, la realidad o irrealidad que contiene, y dónde y por
qué nació.
Hay que ver cómo va engordando él solo sin nuestra participación, y
cómo va recurriendo a buscar otras cosas negativas en nuestro interior,
como viejas rabias o rencores que tenemos guardados pero no olvidados, y
estuvieran al acecho y pendientes de que llegara una ocasión como esta
para manifestar todo lo que tienen retenido.
De esa observación, que ha de ser lo más desapasionada posible, sin
enjuiciarla hasta haber llegado hasta su final, y a la que hay que
permitir que se expanda hasta el total agotamiento de sus argumentos,
podremos averiguar cómo funciona nuestra sombra, y cómo mucho de lo que
creemos que tenemos olvidado, aceptado, o perdonado, aún se mantiene
latente y vivo.
Mi recomendación es, por supuesto, no hacer caso de las conclusiones ni ideas que salgan de ese barullo.
Sólo observar y aprender, y luego resolver el asunto en otro momento
más neutral, y utilizando para ello la mente a nuestro servicio y bajo
nuestro control.
Conviene recordar que otras veces hemos pasado por una situación
similar, y que unos días después comprobamos que todo aquello no sirvió
nada más que para enfadarnos y perder el tiempo, para tomar una decisión
equivocada -si es que tomamos alguna-, para engrandecer y dramatizar
algo que no era para tanto, y tal vez para perjudicar o preocupar a
otras personas. (A las que deberíamos pedir perdón si es necesario)
En esos momentos en que los pensamientos negativos comienzan a
engordar de un modo desaforado e imparable, es mejor no hacer otra cosa
que observar y aprender.
¿Qué le pasa a este que no soy yo?
¿Por qué se enfada?
¿Y para qué?
¿Qué está pasando dentro de mí?
¿Cómo es que guardo dentro tanta rabia, tanto odio o rencor, o tanta
capacidad de pensar mal? O de hacer mal a los otros, o de hacérmelo a mí
mismo, que es bastante habitual cuando nos descubrimos en un aspecto
que no nos gusta.
¿Por qué hay esta negatividad en mí?
¿Es real?
¿Es mía o es de mi ego?
¿Qué gano con estancarme en este pensamiento?
Parece como si existiera una parte masoquista en nosotros que, a
veces, se regodea en ese malestar que provocan los pensamientos
negativos, porque si no es así no se explica ese interés en darle
vueltas y más vueltas a lo mismo sin salir del embrollo, o liándose cada
vez más y añadiéndole más negatividad al asunto.
En mi opinión, uno debe ponerse a salvo de estos conflictos en que uno mismo es el principal o único perjudicado.
Las cosas que hayamos hecho “mal” siempre tienen una enseñanza.
Conviene entenderla y aceptarla lo antes posible. Y evitar entrar en una
confrontación interna entre uno y su ego, o uno y su agresividad.
Amor y comprensión y paciencia.
Y volver a empezar o recomenzar -cuantas veces sea necesario- este
Proceso de Autoconocimiento para alcanzar el amor propio, que no para
alcanzar el desamor.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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