jueves, 8 de septiembre de 2016

LAS COSAS NO TIENEN IMPORTANCIA: SE LA DAMOS

En mi opinión, gran parte del dolor emocional o del sufrimiento físico y psíquico que nos producen algunas cosas se deben al hecho de conceptuar o adjetivar lo que nos sucede, y ponerle a todo una calificación. Aún es peor cuando esa calificación es negativa.
Las cosas son lo que son.
Las cosas suceden.
Sin más.
No traen añadida una nota que las puntúe ni una evaluación, en realidad no traen ni siquiera una definición de lo que son.
Las cosas, en sí, no traen mala intención ni tampoco un deseo explícito de agradarnos.
Eso es algo que nosotros añadimos a las cosas para poder clasificarlas, ya que para nosotros es necesario encasillar las cosas para poder entenderlas y luego poder archivarlas, y lo que es peor: para saber cómo tenemos que reaccionar.
Nos cuesta quedarnos en “yo estoy” –mejor sería “Yo Estoy”- y le añadimos bien, mal, triste, asustado, contento, relajado…o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Luego, sólo nos queda disfrutar o sufrir por la etiqueta que le hemos puesto.
Si nos limitáramos a aceptar que las cosas son lo que son y como son, y no son lo que nosotros deseamos o como nosotros las queremos ver, eso desdramatizaría mucho la vida.
Las cosas, por sí, no tienen importancia, eso es algo que nosotros le añadimos, y cada uno a su antojo y desde su comprensión y sabiduría, o desde su negativa y rechazo.
Eso es lo que las hace agradables o nefastas: una simple apreciación que no siempre es acertada ni es la adecuada.
Por eso, en muchas ocasiones, lo que para unos es un drama para otros es algo sin trascendencia. Y por eso, a veces, ante algo que le sucede a otra persona no podemos evitar un pensamiento o comentario del estilo de “no sé cómo te puedes quedar tan tranquilo con lo que acaba de suceder”.
Compruebo, con el aumento de mis años, que las cosas desagradables cada vez molestan menos, y no sé si achacárselo a lo que uno va aprendiendo en el Camino del Desarrollo Personal, o simplemente son los años de experiencia en esto de vivir y ver que no es tan grave como aparenta, o la toma de conciencia con la realidad de que esto se acaba y para qué llevarse más disgustos cotidianos.
Y quiero suponer que el hecho de lograr que las cosas que no son de nuestro agrado no nos importunen es más una especie de sabiduría adquirida que un pasotismo.
De lo que sí estoy convencido –el día que escribo esto- es de que no quiero consentir que un asunto trivial que solamente les importuna a mi ego y su altanería, a ese orgullo idiota que a veces nos explota, me afecte a mí, en mi conjunto, y me descentre y perturbe, y me haga pasar un mal rato y encontrarme a disgusto, o me empuje a una revuelta mental que me conduzca irremediablemente a una intranquilidad que me moleste.
Llego a esta opinión después de haber comprobado en los últimos años de mi vida que la inmensa mayoría de las situaciones que me han alterado a lo largo de mi vida, una vez pasadas y vistas en la distancia, eran de tal nimiedad que ahora me avergüenzo de mi reacción, sin duda muy exagerada para lo que el hecho en sí merecía.
Y te invito a que reflexiones un poco sobre esto último y te veas a ti mismo en situaciones en que has estado enojado, histérico, explosivo, descontrolado, malhumorado, fuera de ti, y afectando y molestando a otros con esa explosión iracunda, sin duda exageradamente desproporcionada para lo que era en realidad el hecho en sí.
Es posible que encuentres que alguna de esas reacciones te llevó a un enfado que costó mucho remediar, a la ruptura de una amistad que se recuperó tras gran esfuerzo, a provocar malestar en personas de tu entorno amistoso o familiar, o, en un mal caso, a romper unas relaciones que nunca más se recuperaron.
Repito esa palabra que tanto me gusta: DESDRAMATIZAR. Quitar la virulencia y la perturbación. Quitar el drama. Restar importancia o anularla. Ponerse a salvo del efecto desagradable que nos pueden ocasionar las cosas o situaciones si se lo permitimos.
Hay cosas que son importantes por sí mismas, y ese valor lo traen en su naturaleza, en su trascendencia.
Hay cosas que no son importantes, pero les adjudicamos y aplicamos una importancia que no tienen, y el hecho de creer que por ese motivo se han convertido en “importantes” nos hace sobrevalorarlas -al dotarlas de poder- cuando, en realidad, no son más que ídolos de barro a los que adoramos como Dioses reales.
El ego –cuidado con él en este caso- es un potencial enemigo y como a tal hay que vigilar y tratarle.
Dediquemos un poco de tiempo a darnos cuenta de lo que es importante –que lo es por sí mismo- y aquello a lo que le damos importancia –que no la tiene por sí mismo-.
Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales

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