El fracaso puede ser un gran maestro. Es más, puede bajarnos del
Ego de un plumazo y acercarnos a la profundidad e integridad del Ser.
La melancolía y la tristeza pueden ser el caldo de cultivo de una
creatividad desconocida para nosotros. La decepción y la desilusión
pueden volvernos humildes y compasivos y abrirnos nuevas puertas. No
se trata de vivir en el sufrimiento sino de aceptar que nos sucederá en
algún momento y que podemos atravesarlo sin huir, sin llenarnos de
pastillas, sin enmascararnos, sin desensibilizarnos, sin destruirnos.
La palabra es “aceptación”. La confundimos con resignación,
sometimiento, renunciación o conformismo pero verdaderamente se trata
de dejar de luchar y pelearnos con nosotros mismos.
Como dijo Osho: “En el momento en que te aceptas como eres, te
abres, te haces vulnerable, receptivo. En el momento en que te aceptas a
ti mismo ya no hay necesidad de un futuro, porque no hay necesidad de
mejorar nada. Entonces todo es bueno tal y como es. La vida empieza a
adquirir un nuevo color, surge una música nueva con esa experiencia.
Aceptarte a ti mismo equivale a empezar a aceptarlo todo. Si te
rechazas, prácticamente rechazas el universo, la existencia. Si te
aceptas, también aceptas la existencia y lo único que tienes que hacer
es disfrutar. No queda ninguna queja, ningún resentimiento; te sientes
agradecido.
Entonces la vida es buena y también la muerte, la alegría es buena y
también la tristeza, como lo es estar con la persona amada y estar a
solas. Entonces, ocurra lo que ocurra es bueno, porque surge del todo.
Pero llevamos siglos enteros condicionados para no aceptarnos a nosotros
mismos. El hombre que despierta es el que se libra de la trampa de la
sociedad, el que comprende que es un absurdo. No puedes mejorar. Y
recuerda que no quiero decir que no se produzcan mejoras, sino que no
puedes mejorarte a ti mismo. Cuando dejas de mejorarte a ti mismo, la
vida te mejora. Al relajarte, al aceptarte, la vida empieza a
acariciarte, a fluir dentro de ti. Acéptate como eres: eso es rezar.
Acéptate como eres: eso es gratitud. Relájate en tu ser; así es como
Dios quería que fueses.
No te quería de ninguna otra manera, porque si no, te habría hecho
otra persona. Te ha hecho tú y no otra persona. Intentar mejorarte
equivale prácticamente a intentar mejorar a Dios, una estupidez que solo
te llevará a enloquecer cada día más. No llegarás a ninguna parte y
habrás perdido una gran oportunidad. Esto es lo que todo el mundo piensa
en el fondo: «No tengo nada.» ¿Qué es lo que no tienes? Pero claro,
nadie te ha dicho que tienes toda la belleza de todas las flores, porque
el ser humano es la flor más grandiosa de la tierra, el ser más
evolucionado. Pero sigues preguntando: «¿Qué tengo yo que ofrecer en el
amor?». Debes de haber llevado una vida de autocensura, cargándote de
culpa. En realidad, cuando alguien te ama, no te lo puedes creer.
«¿Cómo? ¿A mí? ¿Que alguien me quiere a mí?». Y surge la idea en
tu mente: «Porque no me conoce, es por eso. Si llega a conocerme, si
llega a ver cómo soy, no me querrá.» Por eso empiezan los amantes a
ocultarse cosas. Se guardan muchas cosas para sí, no revelan sus
secretos porque tienen miedo de que, en el momento en que abran su
corazón, desaparecerá el amor, porque si no pueden amarse a sí mismos,
¿cómo concebir que los quiera otra persona? Acéptate, ámate, porque eres
una creación de Dios. Llevas impresa la firma de Dios, y eres especial,
único.”
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