Me divorcié de la angustia y el estrés que produce buscar la aprobación de los demás, impresionarlos con la forma de vestir, dónde vivo, por mi auto, los sitios que frecuento, cómo decoro mi casa. No hago alharaca sobre cosas pequeñas, ni grandes. Hago mis propias elecciones, siendo dueño de mi mismo, sin dejarme gobernar por la vida social y el qué dirán.
Este divorcio me sirvió para aceptarme como soy, con mi físico, y mi manera de ser. Acepto también las cosas que me rodean, sin quejarme por ellas: El clima, el ruido, la gente ingrata, quejumbrosa, chismosa. Procuro no frecuentarlos mucho, para que no me desestabilicen. Todo forma parte del mundo natural y lo acepto como un niño que ve todo y no se ofende.
Me divorcié del sentimiento de culpa y de toda la ansiedad que se produce cuando se usan los momentos presentes, inmovilizándome, por hechos que sucedieron en el pasado. Reconozco que he cometido errores y trataré de no volverlos a repetir. Me divorcié de lamentarme por lo que pasó y tampoco hago esfuerzos para hacer sentir a otros culpables. Así me deshice de mi pobre imagen y descubrí que es mejor aprender del pasado, que quejarme de lo que ya sucedió. Así que estoy soltero de esos malos sentimientos, casado con la felicidad a la cual prometo serle fiel por el resto de mis días.
DESCONOZCO SU AUTOR
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