miércoles, 17 de septiembre de 2014

TRAS EL VELO DE LA MUERTE





¿Miedo a morir?
Lo que mi mente sabe es que un día nací y fui creciendo en un mundo que poco comprendía. Me enseñaron normas básicas de educación, de respeto. Acudí a la escuela donde me enseñaron que la memoria es importante para acabar aprobando cada curso. Memorizaba y olvidaba con la misma facilidad. Un día dejé de estudiar y empecé a experimentar lo que llaman “la vida” y, recordé que lo que me enseñaron era lo que otros habían experimentado, aunque también una sarta de mentiras, pero eso es otro tema. Vi a mi alrededor cómo vivía la gente: los mayores a paso lento, como no queriendo ir a cierto lugar; los más jóvenes viviendo a tope, como si el mundos se fuera a acabar en un instante; los colegiales con cartera en ristre, enfilados hacia el pensamiento único, imperante hace unos años en la tierra de mi niñez. Del mismo modo en que no me enseñaron a vivir, en esto creo que como muchos, tampoco me enseñaron a morir. La muerte se ocultaba tras cortinas oscuras y anocheceres interminables. Llanto tras llanto lanzando preguntas al aire que nadie era capaz de responder: ¿por qué?, ¿por qué morimos? Ropas de luto por, al menos un año, es la costumbre la tradición y, si no lo llevas eres la comidilla del barrio, del pueblo… Todo vale menos encarar la cuestión. Sentir lástima es lo acertado cuando alguien, compungido, se acerca y lo muestra dándote el pésame y, unos pasos más adelante se siente satisfecho por su empatía pensando que es lo que le han enseñado y así todo marcha en orden.
He entrado en templos donde me he encontrado a gusto, respiraba vida y, otros en que imperaba un ambiente lúgubre, recordándome en cada uno de sus rincones que la muerte nos espera a la vuelta de la esquina: santos con una efigie que asusta, nada alegres, como si su santidad la hubieran alcanzado tras un inmenso dolor. ¿Fue así? Lo dudo. Y algo que siempre me ha impresionado: el culmen del sufrimiento mostrado en la imagen de Jesús de Nazaret clavado en una cruz. No discuto aquí y ahora si fue real o no tal hecho, sino cómo se puede ensalzar tal acontecimiento de su vida. ¿No sería más constructivo, edificante, positivo, esperanzador, alegre… su imagen triunfante ante la muerte: su resurrección, y aún mejor su ascensión? La vida llama a la vida y la muerte a la muerte, es así de sencillo y podemos construir una sociedad en torno a una de estas opciones.
Como un día me decidí “salir de la fila”, dejé atrás las enseñanzas en clase de religión, católica para más señas, era obligatorio, no había otra opción y, las olvidé. Y me planteé que había que acabar con el temor a la muerte, que se pudiera hablar del tema como quien comenta el partido de futbol del día anterior, o la subida del pan.
Otras culturas viven la muerte de un modo diferente. El cadáver se expone ante todos sin ningún rubor, y el proceso de incineración, en la sociedad hinduista, por ejemplo, se realiza a plena luz del día. Es su tradición. Pero, como en la nuestra, el dolor va por dentro, aunque ellos esperan una nueva encarnación, persiste el temor a morir. ¡Nadie quiere morir! Al menos cuando todo nos va bien.
¿Qué hay tras la muerte? ¿Y si la muerte no es más que el proceso a la inversa del nacimiento? Partimos hacia la luz, según infinidad de testimonios en todos los ámbitos de la sociedad humana, incluso entre los llamados ateos, –parece ser que la muerte no distingue a nadie–. Un día llegamos y un día partimos, ¿hay algo más natural que esto? Nos esperan al otro lado, familiares, amigos, quienes amamos y nos aman. ¿No hacemos lo mismo cuando esperamos al recién nacido? Pero, ¿qué es la luz? No creo que sea simplemente luz, es que nos deslumbra del mismo modo que cuando pasamos de un lugar oscuro a uno luminoso, al principio no vemos nada… pero hay vida tras ese corto lapso de tiempo. ¡Hay vida!
¿Qué vida hay tras la luz? Nuestro entorno en “el otro lado” posiblemente no varíe en demasía, quizás pueda ser una réplica de lo conocido, o el lugar más maravilloso visto en el mejor de los sueños. La cuestión es que ¡seguimos vivos!, ¡sentimos!, ¡pensamos!... ¡Somos! Tenemos identidad, personalidad. Facultad que muchos temen perder. Vivimos paso a paso las experiencias vividas, las proyectadas antes de nacer para el “curso” recién acabado, las consecuencias que han tenido nuestros actos en los demás y en nosotros. Comprobamos que somos nosotros, aunque este “nosotros” es mucho más de lo conocido, pues es la suma de todas las experiencias en todas las encarnaciones vividas, entonces ha desaparecido el velo que ocultaba nuestro “pasado”, lo entrecomillo porque es así sólo desde la concepción terrestre, y aparece todo como un holograma, donde todo es presente. El tiempo no es más que la concentración en uno u otro punto de éste. Ese ser que somos nosotros, ese “Yo” ya no lo percibimos como alguien ajeno, sino como la entidad que somos, y no porque nadie nos lo diga, sino porque lo estamos viviendo. Un ejemplo sencillo: nuestro cuerpo está constituido por millones de células, la suma de todas ellas es el cuerpo, y éste tiene una personalidad que somos nosotros –Juana, José, Rosa, Antonio… etc.–. Pues imaginad una sola de ellas con la plena conciencia de la personalidad, porque en realidad todas ellas son la personalidad, no viven aisladas del resto y responden al ser que son ellas mismas.
Pues a este conglomerado es al que se le denomina “alma”. El alma permanece vivo durante todas las encarnaciones hasta completar su ciclo, su motivo para encarnar. Empezó siendo una chispa de luz y ahora es fuego, pero aún no ha acabado su expansión… Pues en un momento dado reconoce que fue guiado durante todo el proceso, hasta ser consciente de que es alma, y de haber “elevado” la materia con la que ha “trabajado” hasta un punto en que ésta comienza a irradiar su propia luz. Entonces ve a quien le ha guiado y lo reconoce como la luz que vio en un principio; es un ser que en el “pasado” le tomó como aprendiz, hasta llegar a cierta maestría. Lo solemos llamar “ángel de la guarda”, ángel solar”. Es un ser de “carne y hueso”, pero no de la misma densidad que la nuestra, sino de la de aquel que ya ha trascendido la etapa humana, y como un acto de amor se ha comprometido en asistir durante el “tiempo” que sea necesario a su aprendiz. Algo que nosotros tendremos la oportunidad de hacer en su momento, si no tomamos otro servicio a la Creación, a la Vida.
Una vez que dicho ser angelical ha acabado su cometido, no nos deja “huérfanos”, ante nosotros sentimos que al igual que una célula fue consciente de quién era, somos conscientes que emprendemos un nuevo ciclo de existencia, en el que la MUERTE no tiene ningún poder, ya que el ciclo de encarnaciones ha acabado y con él el sufrimiento, el conflicto interno, que comporta, pues era ante todo un ciclo de toma de decisiones, donde teníamos la última palabra consecuencia de nuestra libertad de ser y actuar. Ante nosotros se muestra ahora la visión del ser que somos en esta nueva etapa de expansión, aunque aún es nuestro “futuro”, un proyecto. Ya no es una chispa, un fuego, sino un sol que irradia luz propia con esplendor cuanto le rodea. Es la “promesa” realizada, el Ser que Es. El Espíritu que somos y en el que nos fundiremos tras un reto al que voluntariamente nos sometemos, y en el que podemos “caer”, pero del que con seguridad nos levantamos una y otra vez hasta ser Uno con El Que Es. Y tras esta fusión se abre un universo, literalmente…
La muerte no es el final.
KHAI:PRESENCIA SOLAR

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