jueves, 23 de enero de 2020

Naturaleza

Dependemos de la naturaleza no
sólo para nuestra supervivencia física.

También necesitamos a la naturaleza
para que nos enseñe el camino a casa, el
camino de salida de la prisión de
nuestras mentes. Nos hemos perdido en
el hacer, en el pensar, en el recordar, en
 el anticipar: estamos perdidos en un
complejo laberinto, en un mundo de
problemas.

Hemos olvidado lo que las rocas,
las plantas y los animales todavía saben.

Nos hemos olvidado de ser: de ser
nosotros mismos, de estar en silencio,
de estar donde está la vida: Aquí y
Ahora.

Cuando diriges tu atención hacia
algo natural, hacia algo que ha venido a
la existencia sin la intervención humana,
sales de la prisión del pensamiento
conceptual y, en cierta medida, participas del estado de conexión con el
Ser en el que todavía existe todo lo
natural.

Llevar tu atención a una piedra, a un
árbol o a un animal no significa pensar
en ellos, sino simplemente percibirlos,
darte cuenta de ellos.

Entonces se te transmite algo de su
esencia, puedes sentir lo aquietado que
está y, sintiéndolo surge en ti esa misma
quietud. Sientes lo profundamente que
descansa en el Ser, completamente
unificado con lo que es y con dónde
está. Al darte cuenta de ello, tú también
entras en un lugar de profundo reposo
dentro de ti mismo.

Cuando camines o descanses en la naturaleza, honra ese reino
permaneciendo allí plenamente.
Serénate. Mira. Escucha. Observa cómo
cada planta y animal son completamente
ellos mismos. A diferencia de los
humanos, no están divididos en dos. Ni viven a través de imágenes mentales de
sí mismos, por eso no tienen que
preocuparse de proteger y potenciar
esas imágenes. El ciervo es él mismo. El
narciso es él mismo.

Todas las cosas naturales, además de
estar unificadas consigo mismas, están
unificadas con la totalidad. No se han
apartado del entramado de la totalidad
reclamando una existencia separada;
«yo» y el resto del universo.

La contemplación de la naturaleza
puede liberarte del «yo», el gran
creador de conflictos.

Percibe los múltiples sonidos sutiles
de la naturaleza: el susurro de las hojas al viento, la caída de las gotas de lluvia,
el zumbido de un insecto, la primera
canción del pájaro al amanecer.

Entrégate completamente al acto de escuchar.

Más allá de los sonidos, hay algo
mayor: una sacralidad que no puede ser
comprendida a través del pensamiento.

Tú no creaste tu cuerpo, y tampoco
eres capaz de controlar las funciones
corporales. En tu cuerpo opera una
inteligencia mayor que la mente humana.
Es la misma inteligencia que lo sustenta
todo en la naturaleza. Para acercarte al
máximo a esa inteligencia, sé consciente
de tu propio campo energético interno siente la vida, la presencia que anima el
organismo.

La alegría y las ganas de jugar de un
perro, su amor incondicional y su
disposición a celebrar la vida en
cualquier momento suelen contrastar
agudamente con el estado interno del
dueño del perro: deprimido, ansioso, cargado de problemas, perdido en el pensamiento, ausente del único momento y lugar que existen: el Aquí y el Ahora. 
Uno se pregunta; viviendo con esa
persona ¿cómo consigue el perro
mantenerse tan sano, tan alegre?

Cuando percibes la naturaleza sólo a
través de la mente, del pensamiento, no puedes sentir su plenitud de vida, su ser. Sólo ves la forma y no eres consciente
de la vida que la anima, del misterio
sagrado. El pensamiento reduce la
naturaleza a un bien de consumo a un
medio de conseguir beneficios, conocimiento, o algún otro propósito
práctico. El antiguo bosque se convierte
en madera; el pájaro, en un proyecto de
investigación; la montaña, en el
emplazamiento de una mina o en algo
por conquistar.

Cuando percibas la naturaleza,
permite que haya espacios sin
pensamiento, sin mente. Cuando te
acerques a la naturaleza de este modo, ella te responderá y participará en la evolución de la conciencia humana y planetaria.

Nota lo presente que está la flor, lo
rendida que está a la vida.

La planta que tienes en casa…, ¿la
has mirado detenidamente alguna vez?

¿Has permitido que ese ser familiar
pero misterioso que llamamos planta te
enseñe sus secretos? ¿Te has dado
cuenta de lo pacífica que es, de que está
rodeada de un campo de quietud? En el
momento en que te das cuenta de la
quietud y de la paz que emana, esa
planta se convierte en tu maestra.

Observa un animal, una flor, un árbol, y mira cómo descansan en el Ser. Cada uno de ellos es él mismo. Tiene
una enorme dignidad, inocencia,
santidad. Sin embargo, para poder ver
esto, tiene que ir más allá del hábito mental de nombrar y etiquetar. En el
momento en que miras más allá de las
etiquetas mentales, sientes la dimensión
inefable de la naturaleza, que no puede
ser comprendida por el pensamiento ni
percibida por los sentidos. Es una
armonía, una sacralidad que, además de
compenetrar la totalidad de la
naturaleza, está dentro de ti.

El aire que respiras es natural, como
el propio proceso de respirar. 

Dirige la atención a tu respiración y
date cuenta de que no eres tú quien
respira. La respiración es natural. Si
tuvieras que acordarte de respirar,
pronto morirías, y si intentaras dejar de
respirar, la naturaleza prevalecería.

Reconecta con la naturaleza del
modo más íntimo e interno percibiendo
tu propia respiración y aprendiendo a
mantener tu atención en ella. Ésta es una
práctica muy curativa y energetizante.
Produce un cambio de conciencia que te
permite pasar del mundo conceptual del
pensamiento al reino interno de la
conciencia incondicionada.

Necesitas que la naturaleza te enseñe y te ayude a reconectar con tu Ser.

Pero tú no eres el único necesitado;
ella también te necesita a ti.

No estás separado de la naturaleza.
Todos somos parte de la Vida Una que
se manifiesta en incontables formas en
todo el universo, formas que están, todas
ellas, completamente interconectadas.
Cuando reconoces la santidad, la
belleza, la increíble quietud y dignidad
en las que una flor o un árbol existen, tú
añades algo a esa flor o a ese árbol. A
través de tu reconocimiento, de tu conciencia, la naturaleza llega a
conocerse a sí misma. ¡Alcanza a
conocer su propia belleza y sacralidad a través de ti!

Un gran espacio silencioso contiene
en su abrazo la totalidad del mundo
natural. Y también te contiene a ti.

Sólo mediante la quietud interior
tienes acceso al reino de quietud en el
que habitan las rocas, las plantas y los
animales. Sólo cuando tu mente ruidosa
se queda en silencio puedes conectar
profundamente con la naturaleza y sanar
la separación creada por el exceso de
pensamiento.

Pensar es una etapa en la evolución
de la vida. La naturaleza existe en una
quietud inocente que es anterior a la
aparición del pensamiento. El árbol, la flor, el pájaro o la roca no son
conscientes de su propia belleza y
santidad. Cuando los seres humanos se aquietan, van más allá del pensamiento. La quietud que está más allá del
pensamiento contiene una dimensión
añadida de conocimiento, de conciencia.

La naturaleza puede llevarte a la
quietud. Ése es su regalo para ti. Cuando
percibes la naturaleza y te unes a ella en
el campo de quietud, éste se llena de tu
conciencia. Ése es tu regalo a la
naturaleza.

A través de ti, la naturaleza toma
conciencia de sí misma. Es como sí la
naturaleza te hubiera estado esperando durante millones de años.

Fragmento del libro.
El Silencio Habla | Eckhart Tolle