Nos alivia pensar que nuestros hijos
vivirán durante toda nuestra vida, que los amigos estarán a nuestro lado
hasta el final, que todos los embarazos llegarán a término, que todos
los bebés nacerán sanos y vivirán por muchos años. Nos empeñamos en
jurarnos amor para toda la vida, aún sabiendo que es sólo una expresión
de deseos.
En el amor, como en la vida, los "siempre", los "para toda la vida",
los "nunca", nos calman, nos eximen de pensar en lo peor, en la muerte,
en los imprevistos, el dolor, la injusticia, los imponderables. Y cuando
las cosas no salen como hubiéramos querido, siempre podemos culpar a
Dios, al destino, a la mala suerte. Lo cierto es que la vida es bien
distinta nos sobresalta, nos confunde, nos enoja, nos cambia los planes y
cuando nos acostumbramos, nos los vuelve a cambiar.
Y que a la larga, cuando miramos para atrás, cada cosa fue para mejor. Claro, si lo sabemos ver...
Tal vez debiéramos vivir con más entrega, con más ingenuidad, con menos
exigencia tal vez debiéramos entender que las personas, las
situaciones, están en nuestras vidas por algo, y que a veces el sutil
toque del ala de un ángel es suficiente para un gran aprendizaje, para
un gran cambio.
No son mejores las amistades que duran toda la vida, que aquéllas que
duran solamente unos días no son mejores las relaciones para
siempre, que aquellas fugaces, que pueden cambiarnos la vida. La
intensidad no tiene relación con la permanencia en el tiempo. Nada es
para siempre y cuando lo comprendamos, entenderemos que cada momento
vivido con alguien, cada instante sutil de la vida, tiene un mensaje
para darnos, nos ocurre por algo.
A veces bastan unos pocos segundos para captar el mensaje y seguir
nuestro camino, o dejar libre al otro para que siga el suyo. Claro que
es lindo tener amigos de toda la vida, relaciones intensas y
duraderas. A veces tenemos el privilegio de contar con ellas, pero otras
veces, el roce es fugaz, casi imperceptible.
Cuando se da lo mejor de sí, y se toma lo que la vida o la otra persona
tiene para dar, puede seguir su camino en paz, sabiendo que el contacto
ha sido posible y que algo bueno saldrá de ello. Y fundamentalmente,
podemos dejar que el otro también se vaya en paz sin reclamos, sin
culpas, sin rencores.
Cada segundo puede ser una eternidad; de hecho, la Eternidad, no es más que una sucesión de instantes...
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