Todas las personas –todas- tenemos la bondad instalada
de nacimiento, y también disponemos de unas buenas capacidades y
cualidades intrínsecas, personalizadas, con las que Dios –o la Creación-
nos han dotado.
Así que todos –todos- tenemos cosas buenas.
Que las usamos más o menos, que las promocionamos y desarrollamos más
o menos, que las valoramos más o menos, que las compartimos más o
menos… pero ahí están.
Esas cosas buenas, son un regalo que Dios –o la
Creación- han puesto en cada Ser Humano al menos por dos motivos: para
que las disfrute cada uno y para que las comparta.
En su generosidad, Dios –o la Creación- han decidido que además de
poder gozar del Mundo y la naturaleza, de los sentidos, de las
capacidades y maravillas de las que estamos dotados y de las cosas a las
que tenemos acceso, y de todo lo que es la Vida, podamos tener unas
cualidades caritativas y compasivas, y ello nos empuja o nos “obliga” a
compartirlas con el prójimo.
Y puede que si no lo hacemos, “alguien”, o nosotros mismos a través de nuestra propia conciencia, nos pida cuentas por ello.
Hay unas Leyes de Vida y de Caridad que nos impulsan
inconscientemente a ser agradables, a compartir, a ser misericordiosos,
empáticos, y a desear el bien y lo mejor para todos.
También ser poseedor de esos dones y cosas buenas que
todos –todos- tenemos lleva a aparejada la responsabilidad de
administrarlos bien, y casi de multiplicarlos.
La única forma de centuplicar la bondad, o la generosidad, o el Amor,
o cualquier otra cualidad de esas sublimes, es compartiéndola.
Lo bueno es que lo que se da se vuelve a parir milagrosamente y en
más cantidad. Quien da cualquiera de esas bondades citadas jamás se
queda vacío. Jamás nota su falta porque cada vez que se da se recibe
más.
Así que es muy bueno poder conocer cuáles son las cosas buenas que
todos –todos- tenemos, porque seremos los primeros beneficiarios si las
promocionamos y usamos a menudo, y si lo hacemos así las estaremos
compartiendo –aún inconscientemente- con los otros.
La expresión de la generosidad de compartir los atributos con que
hemos sido agraciados nos devolverá una sensación impagable e
indescriptible de algo que puede ser felicidad o puede ser plenitud. O
ambas cosas.
Cada persona tiene una cualidad excelente –y todos las
tenemos- es depositaria de un tesoro, y es responsable, al mismo tiempo,
de alimentarla para que crezca, de fomentarla, de expandirla, de
hacerla llegar a quien se pueda ver beneficiada por ello.
Somos, qué maravilla, Dioses pequeños otorgando generosamente nuestros bienes.
Y el Dios grande nos lo agradecerá.
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