Hay muchas cosas que por nuestro propio bien -por
nuestra tranquilidad personal y emocional- sería muy conveniente olvidar
deshaciéndonos de ellas urgentemente una vez extraída la lección
implícita que todas las cosas que nos suceden traen para nosotros.
Olvidarlas, borrar hasta la última huella de su paso por nuestra vida, deshacernos de su influencia, liberarla y liberarnos.
Ya habrás escuchado esta frase: “NOS RESULTARÍA MUCHO MÁS FÁCIL
OLVIDAR LAS COSAS DESAGRADABLES SI NO INSISTIÉRAMOS TANTO EN
RECORDARLAS”.
En muchas ocasiones es como si nos repitiéramos machaconamente “Que
no se me olvide que lo tengo que olvidar”. Un contrasentido. Pero así de
torpes somos en demasiadas ocasiones, unos absurdos teóricos que saben
la regla que tienen que aplicar pero no la aplican. Una gran torpeza por
nuestra parte.
Se escucha a algunas personas decir que persisten en no querer
olvidar una cosa porque quieren tenerla presente para no volver a
repetirla. Esto estaría muy bien si se quedasen sólo con la foto del
hecho histórico, solamente con lo que pasó, pero en cambio –en mal
cambio- mantienen el hecho y además todo lo negativo que aportó ese
hecho. No se quitan la espina para recordar cuánto duele una espina
clavada. Absurdo también.
Deberíamos confiar en que somos lo suficientemente inteligentes como
para darnos cuenta de que algo que nos hizo mal –o algo que hicimos
mal-, no necesita seguir martirizándonos, sino que con saberlo y haberlo
aprehendido dentro ya es suficiente.
Recrearnos masoquistamente en el mal no aporta nada que sea bueno o
beneficioso y en cambio –también en mal cambio- nos ata a una sensación
dolorosa de ser víctimas o culpables, cuando no somos ni una cosa ni
otra sino simples actores de un papel en el mundo.
Olvidar es sano y libera, porque nos exime del peso del asunto.
Olvidar no es de cobardes, sino de sensatos.
Mantenerse en el dolor –sea el que sea- es una autoagresión y una injusticia.
Aprender a olvidar es aprender a liberarse, es aceptar que uno es
humano –y eso le da derecho a equivocarse-, y que trata con otros
humanos -que también tienen derecho a equivocarse- ,y que las cosas no
siempre suceden como uno quisiera y que los otros no siempre se
comportan como sería deseable, y liberarse es comprender que la vida
está compuesta por momentos buenos –que conviene multiplicar y
disfrutarlos todo cuanto se pueda- y momentos menos agradables -que hay
que pasar y dejar que vayan al olvido-.
¿Cómo se hace para olvidar?
DESAPEGÁNDOSE DEL ASUNTO.
DANDO PERMISO PARA QUE SE VAYA, DICIÉNDOLE QUE YA SE APRENDIÓ LO QUE HABÍA QUE APRENDER.
ANALIZÁNDOLO OBJETIVAMENTE.
DESDRAMATIZANDO LOS SUCESOS.
COMPRENDIENDO Y ACEPTANDO.
NO INSISTIENDO EN EL RECUERDO.
RECONOCIENDO QUE ERA SIMPLEMENTE UNA EXPERIENCIA.
NO IMPLICÁNDOSE MÁS DE LO NECESARIO.
CAMBIANDO EL PENSAMIENTO POR OTRO CUANDO SE PRESENTE.
Que cada uno utilice el método o los métodos que considere adecuado o
adecuados a su caso. Y que añada los que les sean útiles. Cada uno se
conoce –o se debería conocer- y sabe qué es lo que mejor le puede
funcionar.
Por cierto, hemos hablado de olvidar lo malo, pero lo bueno, si no causa dolor su ausencia, está bien mantenerlo sin olvidarlo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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