Una de las acciones más sanas y reparadoras es perdonarnos a nosotros mismos.
Solemos buscar el perdón afuera, antes de enfrentarnos a nuestro propio ser para buscar el lugar donde se encuentra la llave para la paz interior.
Pedimos perdón a los demás si es que hicimos algo impropio, pero por dentro nos seguimos martirizando, culpando, flagelando, incluso enfermando. El perdón de los demás no nos llena el alma, salvo que vaya acompañado de una apertura interna a aceptarlo y del nuestro hacia nosotros mismos, de corazón.
También buscamos el perdón de Dios, pero para quienes creemos en él o en algún ser superior, como Dios es Amor, contamos con su perdón en todo momento, en toda circunstancia, en todo lugar.
El más difícil y el que más necesitamos para poder volver a sentirnos plenos es el auto-perdón. No somos perfectos y, al igual que todos los que nos rodean, nosotros también cometemos errores. Algunos son evitables, otros no. Si algo sucedió, es que por alguna circunstancia tenía que ser así, aunque no la comprendamos. Podemos decidir realizar ciertos cambios apropiados de ahora en adelante, pero para esto es necesario cerrar la herida mediante el perdón.
Entonces, ya deja de lacerarte y de culparte. Soluciona lo solucionable, acepta el resto y, como broche de oro, perdónate. Ya habrás dado el primer paso para volver a caminar sobre tierra firme.
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