Nos pasamos casi toda nuestra vida, y otras muchas vidas, intentando acceder a la cumbre de la montaña más alta: el Paraíso.
En ello dejamos nuestro esfuerzo, salud, tiempo, energías, y damos vueltas y más vueltas siguiendo las señales dejadas en la piedra por otros que han subido antes que nosotros, y casi siempre nos perdemos. Porque nunca sabremos si ellos han acertado o ni tan siquiera si llegaron.
Y cuando conseguimos llegar...vemos con asombro que delante tuyo hay otra montaña mucho más grande, y para escalarla hay que volver a bajar la que has subido y por el lado opuesto. Y vuelta a subir...otra montaña...otro reto...
¿Por qué subir montañas como cabras locas, y no dejarse mecer, por el Océano de la Vida, y fluir con sus aguas, flotando sobre ellas recibiendo los rayos del Sol o buceando en sus oscuras aguas llenas de Vida?
El que sube...tiene que bajar.
El que flota, nada en las aguas, siempre avanza, hacia delante, hacia el infinito.
En ello dejamos nuestro esfuerzo, salud, tiempo, energías, y damos vueltas y más vueltas siguiendo las señales dejadas en la piedra por otros que han subido antes que nosotros, y casi siempre nos perdemos. Porque nunca sabremos si ellos han acertado o ni tan siquiera si llegaron.
Y cuando conseguimos llegar...vemos con asombro que delante tuyo hay otra montaña mucho más grande, y para escalarla hay que volver a bajar la que has subido y por el lado opuesto. Y vuelta a subir...otra montaña...otro reto...
¿Por qué subir montañas como cabras locas, y no dejarse mecer, por el Océano de la Vida, y fluir con sus aguas, flotando sobre ellas recibiendo los rayos del Sol o buceando en sus oscuras aguas llenas de Vida?
El que sube...tiene que bajar.
El que flota, nada en las aguas, siempre avanza, hacia delante, hacia el infinito.
Compartiendo en Plenitud
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