La base de toda curación es el perdón: la eliminación por decisión propia, de la ira y la rabia provocadas por las heridas que nos han causado personas o sucesos y el daño que nos hemos hecho a nosotros mismos. Siempre que hay la necesidad de curar, existe la necesidad de perdonar. El perdón es el “camino angélico” que nos conduce a la sanación.
A lo largo de nuestras vidas en este mundo, todos padecemos el daño que nos causan otras personas y también hacemos daño a los demás. Muchas veces actuamos sin piedad y pronunciamos palabras que hieren a los demás, o lo que es lo mismo, dejamos de decir palabras cariñosas cuando deberíamos, o vemos que alguien nos necesitaba y le damos la espalda. No importa el nombre que le demos a estos sucesos (error, karma o pecado): todos causan heridas espirituales que pueden separarnos de los demás y de nuestra propia alma.
Es una situación terrible. Provenimos de Dios, que es Uno, que no sólo es omnipotente sino también inmanente, es la unidad que impregna toda la creación, que rebosa sabiduría y amor creativo, ¿y qué es lo primero que hacemos cuando somos conscientes de nosotros mismos? Creamos ruptura, alienación y separación. Y lo que todavía es peor: aceptamos esto como una forma de vida. Estamos tan acostumbrados a que nos hagan daño y a hacer daño a los demás y seguir como si no hubiera pasado nada, que ni siquiera nos damos cuenta de la importancia de la sanación que necesitamos. Nos sentimos demasiado heridos para preocuparnos por ello.
Nuestros Ángeles consideran que esta situación es intolerable. Ellos son mensajeros perfectos, perfectos transmisores del amor y la gracia de Dios. No pecan ni hieren a ninguna criatura; en su sociedad no existen las divisiones. Lo único que desean es que el amor, la armonía y la perfecta paz de Dios habiten en nosotros, porque estas cualidades forman parte de ellos. Odian vernos aislados de nosotros mismos y de los demás. Saben que es antinatural.
Por este motivo, los Ángeles están dispuestos a ayudarnos en cualquier momento para que seamos capaces de perdonar a los demás y comprender la necesidad de pedir perdón cuando hemos herido a otra persona. Siempre que perdonamos o pedimos perdón, los Ángeles están junto a nosotros y nos ofrecen su amor y su apoyo.
El perdón y la curación son inseparables. El perdón, tanto si lo damos como si lo recibimos, es lo que inicia el proceso que nos cura estas terribles heridas. Es la medicina más poderosa que existe, porque detiene la infección que las heridas pueden causar y prepara el terreno para que el amor las sustituya a través de la reconciliación.
El perdón no es una emoción, un sentimiento de benevolencia o compasión. Se puede describir como un acto voluntario mediante el cual decidimos eliminar una herida. Decidir perdonar algo que nos ha hecho daño no significa tolerarlo ni quitarle importancia. Significa que hemos decidido no retener la herida, no llevarla en nuestro corazón y no utilizarle en contra del individuo que la causó.
Ser capaz de tomar una decisión así ya es una forma de curarse, porque evita que una herida se infecte más. Y cuando el perdón abre las puertas a la paz de la reconciliación, entonces el amor también puede entrar y eliminar cualquier rencor, incluso el más antiguo e intenso. En la mayoría de los casos, nuestro problema es que nos sentimos tan heridos, que pensamos que podemos vivir con el rencor y no nos esforzamos por conseguir la reconciliación, que es lo único que aliviará nuestro dolor.
La manera más sencilla de perdonar es cuando alguien pide ser perdonado. Pero también somos capaces de perdonar aunque la persona que nos haya herido no quiera o no pueda pedirlo, porque el perdón depende de nuestra voluntad y proviene de la comprensión, el conocimiento y la conciencia.
El perdón no siempre es algo instantáneo, por supuesto. A veces se necesita mucho tiempo para perdonar. A veces se necesita toda una vida. Antes de tomar la decisión de perdonas conscientemente, tenemos que crecer en comprensión e iluminación, y a menudo tenemos que reafirmar varias veces nuestra decisión antes de que los sentimientos heridos aparezcan de nuevo.
A veces se necesita más que toda una vida para perdonar. Parecería que la noción católica de “purgatorio” es precisamente eso: una casa de sanación después de abandonar este mundo, una escuela para aprender lo que todavía tenemos que aprender y que deberíamos haber aprendido mientras estábamos en la tierra.
Si aceptamos el hecho de que somos hijos de Dios, debemos comprometernos totalmente a vivir una vida gobernada por el amor, que sea digna de nuestro Creador. No sólo tenemos que esforzarnos por estar en paz con nosotros mismos y con los demás, sino que también debemos trabajar para perdonar a todos aquellos que nos hayan herido u ofendido. No debemos hacer concesiones con las heridas mortales. No tenemos derecho a pensar que podemos vivir con una herida. Debemos esforzarnos para curarlas, porque fuimos creados para alcanzar la plenitud.
Esto significa que cuando el amor no está presente en nuestros actos, cuando hacemos algo que hiere a otras personas, debemos pedirles perdón. No importa cuál fuera nuestra intención; si hacemos daño a alguien, aunque sea involuntariamente, necesitamos pedirle perdón.
En una ocasión, San Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces tenía que perdonar a alguien, y Jesús respondió que setenta veces siete. Con estas palabras quería explicar que no existen límites para el perdón.
El perdón no es simplemente una cuestión ente dos individuos; Dios también tiene mucho que ver con ello. Cuando hemos hecho daño a alguien, a nosotros mismos o incluso a nuestro entonces, también debemos pedir perdón a Dios. Dios creó un bello y perfecto orden en el mundo. Siempre que rompemos esta armonía creando división y separación, sin respetar el plan divino, debemos pedir a Dios que nos perdone, y no sólo eso, sino también que nos ilumine y nos conceda una mayor capacidad de comprensión para poder crecer y reparar el daño que hayamos causado.
Dios, cuya compasión es infinita, siempre se apiadará de nosotros y nos perdonará, y además nos concederá la sabiduría y la gracia que necesitamos para mejorar nuestras vidas.
Con frecuencia los Ángeles actúan como mediadores: nos hacen llegar estos dones que Dios nos concede e intentan ayudarnos para que los utilicemos correctamente. Los Ángeles viven de acuerdo con el amor y la luz de Dios de forma muy diferente a nosotros, al menos mientras estamos en este mundo. Todo lo que hacen está en armonía con el plan divino.
A veces el mayor obstáculo que nos impide alcanzar la curación es nuestra incapacidad de perdonar nuestras propias faltas, incluso cuando nuestra fe nos dice que Dios nos ha perdonado, y las demás personas implicadas también nos han ofrecido su perdón. Si no podemos perdonarnos a nosotros mismos, es por culpa de nuestro amor propio, ya sea por exceso o por defecto. A veces nos vemos tan despreciables que no somos capaces de convencernos de que merecemos ser perdonados por algún error que hemos cometido. No nos amamos ni nos consideramos dignos de ser amados.
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