A veces nos ponemos tan trascendentales, tan místicos, tan elevados, o tan filosóficos… que lo cotidiano –que es lo real- pasa casi desapercibido.
Cada uno sabrá lo que pretende con ese buscar más allá, en lo incognoscible, en lo inalcanzable, en lo que parece que es más importante y más notable que lo humano y lo de diario. Allá cada uno con su vida, pero “la vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”, como dijo Lennon.
La vida es aquello que SE PASA , mientras estás buscando algo que parezca muy importante y que le dé algún sentido a una vida que no te complace del todo.
La única realidad es que la vida se escapa, se consume, se desperdicia; te vas quedando sin ella –sin la única, sin la irrepetible e irrecuperable vida-; se queda vacía, se malgasta…se pierde.
La vida no tiene de por sí un sentido específico igual para todos: ¡HAY QUE DÁRSELO!
Hay que crearlo personalizándolo.
Y qué más da lo que digan los filósofos, los eruditos, los místicos… la vida es de cada uno, y cada uno le tiene que dar un sentido que vaya acorde con sus pensamientos, sus deseos, sus intereses, o sus circunstancias.
La vida es para vivirla, y no para teorizar sobre ella.
Y no se puede dejar la vida parada o sin vivir hasta que aparezca la frase iluminadora que aclare por qué estamos aquí –y estamos… ¡para vivir!, por supuesto-, o se manifieste la frase que nos explique qué hay después de esta vida –Tony de Mello decía que lo importante no es lo que hay DESPUÉS, sino lo que hay AHORA-, o que nos haga creer que somos algo más que humanos –que sí lo somos- y por ello nos perdamos el ahora esperando una Gloria, con mayúsculas, que ya está aquí y es la vida.
En mi opinión, hoy, el día que escribo esto, el sentido de la vida es VIVIR. Y no es otro, o no hay otro que sea más importante que VIVIR. Con mayúsculas, por supuesto, que no quiere decir vivir con riquezas sino saber VIVIR BIEN.
VIVIR BIEN es vivir de acuerdo con las circunstancias personales, con los medios y situaciones de que se dispone, haciendo y dando lo que el corazón proponga, sintiendo todo con intensidad, apreciando la vida…
El resto es mal-vivir –mal-vivir, o sea, vivir mal-, es malgastar el tiempo –que es la vida-, perdiendo tan preciado pero desapreciado tesoro. Mal-vivir es llenarse hoy de futuros arrepentimientos, desatendiendo la vida y desatendiéndose uno mismo: es crear las circunstancias para los posteriores lamentos y reproches.
Se dice que sólo hay dos cosas que realmente se pueden perder: el tiempo y la vida. Perder la segunda es inevitable: va a suceder de todos modos, pero perder el tiempo de vida eso sí que es casi imperdonable.
No hacer cosas en la vida porque se está esperando una trascendencia que magnifique los actos, es un absurdo que cuesta muy caro.
La vida se compone, básica y mayoritariamente, de lo cotidiano. La vida es tener que comer, que dormir, trabajar en cosas que se nos hacen desagradables, convivir, evacuar, estar cansado, momentos de aburrimiento… y también muchas otras cosas interesantes, por supuesto. Pero, fundamentalmente, no está iluminada por focos hollywoodienses, ni una banda sonora maravillosa suena por todos los lados, ni la magia y la maravilla están presentes deslumbrándonos en cada instante de nuestra vida, ni luce el sol todos los días a todas las horas.
Cada uno tiene que crear una vida que contenga el máximo de momentos hollywoodienses, tararear sin desafinar su propia banda sonora, hacer auténtica magia para sí mismo –y para los otros…- y conseguir que un sol se implante en su sonrisa a veces y en el alma siempre.
La vida se compone, mejor visto, de grandes cosas a las que llamamos pequeñas cosas.
Quien quiera, puede hacer que esas pequeñas grandes cosas cotidianas A LAS QUE SÍ TIENE ACCESO aporten un “sentido” especial a su vida. Aunque la vida, de por sí, tasándola en su justo valor, no precisa de aditivos que la enriquezcan, ni de algo que le dé “un sentido”.
Vivir, y vivir cada día, cada instante preferiblemente, es una de las cosas que pueden aportar la sensación de sentido en la vida. Porque “el sentido de la vida”, como tal, en mi opinión, no existe. A eso que a veces se le llama así es sólo una sensación, o una suposición, una quimera o una manera de justificarse o de sobrevalorar una vida que no se valúa con equidad. Es un modo de autoconvencerse de estar haciendo las cosas bien, por eso de que uno está buscando “algo más” –“El Sentido”- pero, en muchas ocasiones, no es más que un modo de acallar al pretencioso que nos habita.
Cada uno, y esto sí que es real, tiene que diseñar sus propias filosofías personales, por obligación ética y moral, y cumplirlas en su mayor parte es lo que puede aportar la sensación de que la vida tiene “sentido”.
No se puede vivir de “los sentidos” ajenos. El sentido de la vida de un loco, de un drogadicto, de un yogui, de un hippy, de una monja, de Jesucristo, o de un ladrón, no es el mismo. Y sus circunstancias y motivaciones, tampoco.
Los “sentidos” de los otros no son para imitar, ni son para apropiarse de ellos y creer que al hacerlo ya se tiene ese asunto resuelto. Pueden ser útiles como ideas para desarrollar el propio, pero no para copiar exactamente porque eso nos puede crear muchas frustraciones: sus tiempos, sus lugares, sus circunstancias, y su mentalidad, son difícilmente repetibles: son de ellos y solamente de ellos.
Todos tenemos la responsabilidad de llenar nuestra vida de sentido, que es llenar la vida de Vida.
Para ti… ¿Cuál es el sentido de TU vida?
En realidad, ya que eres tú quien lo estás leyendo habrá que hacerse la pregunta de este otro modo: ¿Cuál es el sentido de MI vida?
FRANCISCO DE SALES.
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